¡Ser humano!
Admiremos el gran don, el gran milagro, el gran misterio de la vida humana… ¡Hacia la vida eterna!
La vida humana…
Un gran misterio…
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Una gran belleza…
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Un gran milagro…
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Una pregunta permanente: ¿cómo y para qué esto existe?
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¿Por asar?
Algunos dicen que todo este hermoso universo es el fruto de explosiones, o del asar, o de la nada, o de la energía cósmica…, y que va a terminar en la misma nada. No sé si creen lo que dicen…
A mí me parece que toda esta hermosura es algo ordenado. Me parece más difícil creer que esto es producto del asar y de la nada, que creer que ha sido hecho por un ser inteligente, con una intención buena.
Incluso que parece haber sido fabricado a la medida del ser humano, como un medio ambiente de luz y de vida para acompañarlo en su estadía en la tierra, y para que se pregunte: ¿De donde viene tanta belleza? ¿Y adonde va?
Admirándonos
Un día yo no existía, no era nada… Mis padres se amaron y se unieron, y ¡aquí estoy! ¡Que poder extraordinario el Creador dio a los esposos! ¡El poder de dar a luz nuevas vidas humanas destinadas a disfrutar eternamente del amor que Dios quiere derramar en sus corazones! «Y Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno.» (Gn 1:31)
Padre, ilumina mi corazón, para que yo comprenda y valore todo lo que hiciste por mí.
¿Y la juventud?
Juan-Pablo II escribe a los jóvenes: «La juventud por sí misma es una riqueza singular del hombre, de una muchacha o de un muchacho. Es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del «yo» humano y de las propiedades y capacidades que éste encierra. Es la riqueza de descubrir y a la vez programar, elegir, prever y asumir como algo propio las primeras decisiones, que tendrán importancia para el futuro» (Ver Carta a los jóvenes, nº 3).
Una invitación para la vida eterna
« ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Qué he de hacer para que mi vida tenga pleno valor y pleno sentido? La juventud de cada uno de ustedes, queridos amigos, es una riqueza que se manifiesta precisamente en estas preguntas. La respuesta a ellas no puede ser apresurada ni superficial. Ha de tener un peso específico y definitivo.»
El sufrimiento
«De manera particular estas preguntas esenciales se las ponen vuestros coetáneos, cuya vida está marcada, ya desde la juventud, por el sufrimiento. ¿Se puede decir entonces que también su juventud es una riqueza interior? ¿A quién hemos de preguntar esto? ¿A quién han de poner ellos esta pregunta esencial? Parece que Cristo es en estos casos el único interlocutor competente, aquel que nadie puede sustituir plenamente.» (Ver Carta de Juan-Pablo II a los jóvenes, nº 3).
No estoy solo
Esta vida en mis manos! Este futuro que depende de mí! Qué responsabilidad! Y todo lo que ocurrirá, los imprevistos, el sufrimiento, está en mis manos…
No voy a poder solo. Soy tan débil, tan frágil…
¡Pero no estoy solo! ¡Estoy también en las manos del Padre!… y de la Madre!
María, Madre mía, hermana mía, mírame. Sin ti, no soy nada. Contigo, lo puedo todo. Tómame de la mano, guíame, protégeme, edúcame, y no me sueltes nunca.
TOTUS TUUS. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que quieras.
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