Pentecostés 2012
Homilía Domingo Pentecostés 2012 (27 de Mayo de 2012)
Pentecostés como Pascua son fiestas que tienen raíces muy antiguas. Podemos entender mejor su significado si conocemos su origen. Vamos a ver así que Pentecostés es una fiesta feliz, de regocijo, etc… Pero a su vez, una fiesta exigente.
Queridos hermanos Pentecostés como Pascua son fiestas que tienen raíces muy antiguas. Podemos entender mejor su significado si conocemos su origen. Vamos a ver así que Pentecostés es una fiesta feliz, de regocijo, etc… Pero a su vez, una fiesta exigente. Pentecostés es primeramente la fiesta de la mies: 50 días después de haber cosechado las primicias de los campos, se festejaba la fiesta de la cosecha más importante… Porque en esta cosecha el pueblo hebreo se recordaba de la generosidad divina: todo lo que recibe, todas sus cosechas, los frutos de la tierra todo eso es un don de Dios! Nos hace bien a nosotros también recordar eso: el aire, los frutos, los animales, los alimentos, la belleza de la creación, no son una deuda: son dones gratuitos de Dios. Hemos de recuperar el sentido del Asombro, del maravillarse: es el sentido del salmo, pura alabanza por la creación “Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.” Más adelante esta fiesta cobró otro significado: el don de la ley. En el monte Sinaí, en medio de los relámpagos, del fuego, de esta turbulencia de la naturaleza de la cual habla el texto de los Hechos, Dios escribe su ley, sobre tablas de piedra, y la transmite a Moisés, a su pueblo. De la misma manera que Dios da los frutos de la tierra, él da de igual manera su ley: los 10 mandamientos. ¿Cómo consideramos esta ley? ¿Estos mandamientos? ¿Cómo apreciamos estas órdenes de Dios? lo que nos pide la Iglesia ¿Cómo consideramos todo eso? ¿Realmente como un don, como un regalo? O como un peso, algo que nos aplasta, como un signo de opresión La fiesta de hoy nos permite volver a apreciar, como se debe, este don de la ley. El don de la ley a los hebreos, después a los cristianos es realmente un privilegio! Conocer el camino, saber dónde está la luz, ¡qué suerte! ¡Tantas personas que andan extraviadas y que desesperan! ¿A caso necesitamos andar mucho tiempo en las tinieblas para poder desear la luz? A caso nos hace falta extraviarnos gravemente para poder valorar el camino? Regocijémonos hoy por camino que Dios nos revela por su ley! ¡Alegrémonos porque la Iglesia con tanta bondad y tanta firmeza sigue indicando el rumbo, como una buena brújula que nos permite salir de la tormenta, que nos permite salir del desierto! Ojala pudiéramos decir: te alabo Señor por haber dotado a la Iglesia del magisterio: es decir de este carisma que tiene sobre todo el Santo Padre, pero también los Obispos, y el pueblo cristiano, este carisma de poder reconocer la verdad y enseñarla! Queridos hermanos: no seamos ingratos, imitemos a los hebreos: el salmo más largo de toda la biblia, es decir la oración más larga, es una amplia alabanza de la ley del Señor, el salmo 118. Tomemos el propósito de nunca criticar de entrada las posturas de la Iglesia en materia de fe y de moral, sino de agradecer estas aclaraciones que ella puede dar…tratar de profundizar su doctrina! Pero podemos dar un paso más: hoy el relato de Pentecostés no alude al don de la ley en el Sinaí, sino al don del Espíritu Santo. Y en este contexto ¿qué es el Espíritu Santo? Si la ley es el camino que nos indica Dios, el Espíritu Santo, es la fuerza que Dios nos da para poder recorrer este camino. ¿De que me sirve el camino, si no tengo la fuerza de caminar? ¿De qué me sirve el camino si yo estoy medio muerto? Ahora bien como dice S Pablo, es el Espíritu que me da la fuerza, es el Espíritu que me hace vivir. Por eso es una fiesta muy feliz, muy alegre. ¡La ley me podía desesperar! Pero el don del Espíritu Santo infunde en mi corazón la alegría! No hay nada que Dios me va ordenar sin que me de la fortaleza para cumplirlo. “Da quod jubes, et jube quod vis” decía san Agustín. ¡Da lo que mandas, y manda lo que quieres! Pero no tenemos que olvidarnos que Pentecostés es la vez un fiesta exigente! ¿Por qué? En realidad, Pentecostés es mucho más que el don de la ley, incluso el don de una fuerza moral para cumplir con la ley y los mandamientos. No, Pentecostés, es el don del Espíritu, pero no de cualquier Espíritu, es el don del Espíritu de Cristo. Y ¿de qué sirve este Espíritu? Nos permite fundamentalmente de ser nosotros mismos, otros Cristos. Recibir el Espíritu Santo, es prepararse a reproducir en su propia vida, la vida de Cristo. “Pero cuando venga el Consolador, que yo les enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y los lo hará saber” nos dice Jesús en el Evangelio. El Espíritu no da testimonio acerca de si mismo sino a cerca de Jesús. Cuando viene el Espíritu Santo nos hace recordar la vida de Jesús. Es más: imprime esta vida en nuestro corazón, como lo hace un sello. El Espíritu nos permite volver a vivir la vida del Señor. Fijémonos hoy! Es extraordinario ver el cambio profundo que se produce. Los apóstoles se vuelven otros cristos! ¿Quién hablaba en el evangelio, quién pronunciaba los discursos? Era Jesús. En los hechos, son los apóstoles que predican. ¿Quién sanaba en el Evangelio? Jesús. En los hechos, son también los apóstoles, y pronto vamos a ver a Pedro haciendo sanaciones. Pero sobre todo el Espíritu santo nos va a permitir de reproducir en nosotros, la muerte y resurrección de Cristo, de seguir el camino pascual de Jesús. La vida de Pablo es una pasión perpetua por ejemplo. Y pronto va a ir a Roma, con Pedro para imitar a Cristo en sus últimos momentos, para dar el mismo testimonio que dio Jesús, entregar su propia vida, vivir el martirio. Por eso Pentecostés es una fiesta exigente: es Cristo que está a la puerta de nuestros corazones y que nos pregunta: ¿quieres volver a vivir mi vida? Somos libres de decir sí o no. Si decimos “no”, podemos seguir con una rutina muy correcta, muy simpática, ir a misa, cumplir a groso modo los mandamientos, arreglándose para preservar inconscientemente quizás, sus egoísmos y sus cositas. Pero el mundo no cambiará. Si le decimos “sí” entonces no sabemos lo que el Espíritu hará de nosotros “solo sé que en cada lugar me esperan los azotes” decían san Pablo, cuando hablaba de sus viajes. Si decimos que “sí”, entonces, vamos a aceptar en nuestra vida, en nuestros corazones cambios profundos, nuestra mirada sobre el mundo, sobre sus necesidades va a cambiar: la falta de fe y de esperanza de los jóvenes, la pobreza que azota a tantas personas, los primeros y últimos instantes de la vida humana tan amenazados… y Gvamos a comprometernos de manera más radical a servir a la Iglesia y a la humanidad. ¿Quién habría podido imaginar que estos pescadores de Galilea, iban un día a dejar sus barcas, su familia, sus amigos, su querido lago de Galilea, para viajar en el mundo entero? ¿Qué pasó? Vino Jesús, murió y resucitó por ellos, envió su Espíritu, y ellos abrieron la puerta de su corazón, y se dejaron guiar. Y el mundo gracias a estas 12 personas cambió… y ellos prendieron fuego al mundo Queridos hermanos: hoy, con María, llamemos al Espíritu! No vendrá si no lo llamamos, no nos molestará si no lo queremos. Hoy aceptemos esta segunda conversión, la conversión al Espíritu Santo. Dejemos que el Espíritu Santo disponga de nuestras vidas. Entonces, con nosotros, él podrá renovar la faz de la tierra.
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